En noviembre de 2015, la Municipalidad de Recoleta, presidida desde 2012 por el alcalde Daniel Jadue, lanzó el proyecto de “farmacia popular”, que tuvo por fin la venta directa de medicamentos a los vecinos de la comuna a precio costo.
La iniciativa fue celebrada a rabiar por diversos municipios; así, sin importar su color político, las farmacias populares fueron emuladas rápidamente por alcaldes en distintas zonas del país y, un año después, se creaba la Asociación Chilena de Farmacias Populares (Achifarp), liderada por el propio Jadue. Todos querían ser parte de esta avalancha de conciencia social, de solidaridad (con plata ajena) sin precedentes, se repartían codazos para estar al lado del alcalde Jadue, pero hoy nadie quiere pedirle ni una selfie al cuestionado edil.
El dirigente comunista, además, lució la idea como su “proyecto estrella” y lo convirtió en su caballito de batalla para sus reelecciones como alcalde e, incluso, en su fallida candidatura presidencial. Tanto así que la multiplicó, y creó la librería popular y la óptica popular, todo muy idílico, de ensueño, que hoy termina en la peor de las pesadillas.
De esto, ya han pasado más de ocho años y la Achifarp se encuentra en proceso de liquidación, mientras que los 91 alcaldes que la integraban han sido citados a declarar por la Fiscalía en el marco de una investigación por los eventuales delitos de cohecho, malversación de caudales públicos, fraude al Fisco y lavado de activos, tras negociaciones realizadas por la asociación con la empresa Best Quality SPA.
¿Qué dice Jadue ante todo esto? Que no sabía nada. Así, como si de la noche a la mañana su proyecto estrella hubiera perdido toda relevancia para él, lo que Jadue declara ante los persecutores es que él nunca tuvo a la vista el manejo de los miles de millones que pasaban por la asociación, que no sabía de los bienes traspasados a través de contratos que cuentan con su propia firma y que, tristemente, “alguien” había hecho esto a espaldas de él. Pero ese “alguien” es -ni más ni menos- que un funcionario de su confianza y que oficiaba como secretario ejecutivo de Achifarp. No solo eso; ese alguien, tras el fracaso de la asociación, fue destinado a administrar una nueva orgánica que tuvo como fin emular el propósito de las farmacias populares y que Jadue creó junto a otros cuatro alcaldes: Gonzalo Montoya, de Macul; Ana Albornoz, de Santa Juana; Joel Olmos, de La Cisterna; Mauro Tamayo, de Cerro Navia, y Bernardo Leyton, de Canela.
De hecho, el propio alcalde de Recoleta reconoce -en noviembre de 2022 en el programa “Sin Maquillaje”-, que el objetivo de esta nueva fundación, Fusalp (Fundación de Salud Primaria), era “darle continuidad de propósito al proyecto que representaba la Achifarp y que fracasó porque más de 50 alcaldes dejaron de pagar las cuentas y generaron una deuda de los municipios de más de $1.300 millones, lo que le impidió a la Achifarp cumplir con uno de sus proveedores”.
¿Fracasó realmente por eso el proyecto? Lo que decenas de indagatorias y testimonios que ha recogido el Ministerio Público indican es que, más bien, hubo algunos que se quisieron pasar de listos, llevarse la plata para la casa y aprovechar en beneficio propio lo que vendían como un “beneficio para el pueblo”. Como decía Orwell: “todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”; acá ocurre lo mismo, todo solidario para el pueblo, pero para los dirigentes, más solidario aún.
Todos los antecedentes que hemos conocido en el último tiempo demuestran que Jadue actuó con absoluta negligencia o derechamente en el marco de lo criminal. No hay más alternativas. Y cualquiera de estas opciones le obligarían a asumir un mínimo de responsabilidad. Sin embargo, el alcalde parece haber tomado un par de pastillas para la amnesia, porque de repente olvida todo lo relacionado con su principal propuesta comunal y decide culpar a otros y victimizarse.
Cuando uno está en política debe tomar medidas y ejecutar acciones siempre de cara a las personas. Aducir amnesia nunca será una respuesta, sobre todo porque, en pleno siglo XXI, la memoria está al alcance de un click y las mentiras, por tanto, tienen patas más cortas que nunca.
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